Semper fidelis

Editorial Nº 23. Diciembre / 2014

“Siempre fiel” y “muy leal” copan los escudos de villas y ciudades españolas. Se blasona de virtudes. ¿Cabría el lema “siempre infiel y muy desleal”? Secularmente la fidelidad y la lealtad han medido la categoría de los hombres. Hoy están en entredicho, porque ambas se basan en la verdad, el bien y la belleza, conceptos que el relativismo ataca sañudo.

La fidelidad cobra sentido cuando se persevera en la verdad pese a las dificultades; cuando ante la seducción del mal nos abrazamos al bien; y cuando se mantiene la vista en la belleza de ¡la alta estrella! que nos guía.

El escepticismo rampante campea en las armas de la modernidad, dando tristes frutos de desesperanza. “Fiel a mí mismo” es divisa adulterada que camufla vanidades y egoísmos. El solipsismo se disfraza de sabiduría. A la inconstancia le llaman personalidad, y a la infidelidad, aventura.

Necesitamos ejemplos de personas fieles. Como el de Álvaro del Portillo, beatificado el pasado 27 de septiembre en Madrid. El Decreto de heroicidad de sus virtudes resalta la fidelidad: “Fidelidad indiscutible, sobre todo, a Dios en el cumplimiento pronto y generoso de su voluntad; fidelidad a la Iglesia y al Papa; fidelidad al sacerdocio; fidelidad a la vocación cristiana en cada momento y en cada circunstancia de la vida”.

El 26 de agosto de 1987 el Beato Álvaro participó en una gran tertulia en Aldebarán, junto a Simancas. Muchos estábamos allí. Fue sin duda un impulso para Peñalba. En realidad lo tuvo siempre en su corazón. Le debemos mucho a su fidelidad.

No es pasividad la fidelidad que nos han enseñado. El que no es fiel se mueve mucho, pero al final está en el mismo sitio. La fidelidad exige lucha continua y conversión diaria. Cumplió 80 años el Beato Álvaro y, recordando a San Josemaría, dijo: “Hoy (…) me propongo pronunciar con más fuerza que nunca aquel nunc coepi!, ¡ahora comienzo!, que fue el lema de la vida de nuestro Padre”… ¡Admirable!: 80 años y… ¡ahora comienzo!

“La fidelidad a lo largo del tiempo es el nombre del amor”, sentenció Benedicto XVI. Que cuando los tiempos están de vuelta de todo, andemos nosotros en camino, fieles a las dos grandes razones por las que merece la pena morir y vivir.

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