Los últimos de Filipinas

Cuando el 2 de junio de 1899 el destacamento de Baler, en Filipinas, depuso las armas, hacía meses que la guerra había terminado. Los sitiados, en la iglesia del pueblo, habían luchado como valientes. El gobierno filipino ordenó tratar a los rendidos “no como prisioneros, sino como amigos”, y calificó la resistencia de los españoles como “epopeya propia del legendario valor de los hijos del Cid y de Pelayo”. Una gesta heroica.

Con otras circunstancias, no menos dramáticas, este episodio se repite hoy. En África, en América, recurrentes calamidades dejan la tierra ahíta de dolor y tristeza. Entonces, cuando la desgracia y el mal rebosan, y combatirlos es exponer la propia vida; cuando ejércitos, oenegés, observadores internacionales… huyen porque “las cosas se han puesto demasiado feas”; entonces los que se quedan son los misioneros. Y si al final se tienen que ir, son los últimos… a veces en un avión, repatriando su cuerpo martirizado.

La solidaridad está de moda. Y es algo bueno. Los recientes premios Pinoalbar y Peñalba Alumni, en la categoría Solidaridad, son ejemplo de ello. Pero la convicción que ha llevado a convocar estos premios no responde a motivos pasajeros, sino a una arraigada vocación de servicio. La web de Fomento afirma: “En nuestro proyecto educativo, la mejora personal va unida a la ayuda a los demás, a los más cercanos, a quienes más lo necesitan. Conlleva implicarse en la mejora de la sociedad, así como promover y colaborar con iniciativas que ayuden a las personas con más dificultades”.

Esta solidaridad bebe de hondo venero. La compasión pagana fue purificada en el crisol evangélico; al filosófico amor a la humanidad se le puso el nombre de Lázaro. San Josemaría resume: “la caridad de Cristo no es sólo un buen sentimiento en relación al prójimo; no se para en el gusto por la filantropía”.

Puede ser fácil ponerse un pin benéfico, comer una paella solidaria, o ser un benefactor de relumbrón. La oferta de actos solidarios es amplia. Lo difícil es amar siempre: a todos, con altruismo y concreción, sin desfallecer, ocultamente, más allá de nuestra apetencia o comodidad. Esto es imposible sin la fe. “La fraternidad cristiana tiene una exigencia, una universalidad y una permanencia que ningún humanismo horizontal (intraterreno) podría jamás igualar” (F. Ocáriz,“Amor a Dios. Amor a los hombres”, 1973).

Terencio dijo “nada humano me es ajeno”. La Madre Teresa personaliza: “el amor tiene que ponerse en acción”, “cada vida ajena es nuestra propia vida”. Los últimos de Filipinas. Premios Solidaridad Alumni Pinoalbar Peñalba. ¡Que no sean los últimos!

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