Veinte años después, con el peso de más vida que la que habíamos vivido cuando nos fuimos, con la ilusión del reencuentro a la vuelta de unas vacaciones muy largas y con la herida del tiempo en nuestra carne, volvimos al colegio… veinte años después.
Lo primero que destacó Juan Rubio es que el colegio ha encogido, que los gallineros antes estaban más lejos, que las clases eran mucho mayores, el patio era inmenso, el comedor más amplio…todo era más grande para aquellos chavales que acabaron en 1987…
A la una del mediodía tuvimos Santa Misa para dar gracias y pedir por los difuntos de la Promoción, pues muchos familiares ya nos han dejado. Hay que agradecer a D. Luis Javier Garrote, el capellán del colegio, que la celebrase y cancelara algunos compromisos que tenía por atendernos. Pablo Sagarra comentaba la emoción que le había producido volver a Misa al Oratorio en el que tantas veces hemos rezado. Los que estábamos allí sentimos ese algo especial que transmite un recuerdo tan entrañable y personal que creo que, de una manera u otra, todos hemos vivido.
A partir de las dos comenzó el aperitivo, mientras de modo escalonado iban apareciendo los que faltaban. Juanjo Pooons que ha pasado de abuelita a patriarca, trajo a su mujer y a sus cuatro niños, que amenizaron con sus carreras y su alegría el aperitivo, mientras él no salía de su asombro por el cambio de todo el entorno del colegio.
Después de unos excelentes entrantes, pasamos al comedor (actualmente comedor y sala de estar de profesores), allí Javier Marxtínez confesó que él nunca ha sido de izquierdas, que siempre ha sido un liberal. La comida que nos dio fue bastante apolítica, y en esa medida, excelente. La venganza con la que le amenazaron sus trabajadores fue a la japonesa: hicieron todo perfecto y pudimos comprobar que además de profesionalidad, detrás había mucho cariño (todo magnífico, pero el tocinillo era verdaderamente de cielo).
Veinte años después, algunos, como Sergio Ruiz o Vicente Presa están igual, es como si se hubieran metido en formol. Igual también es la gomina que se echa Ángel Vicente, y no ha cambiado desde que salía por el cuadro con 14 años cuando no se marchaba a Cervera a pegar tiros con su Winchester. Juan Rubio tuvo que brindar en ausencia del discurso (que todos esperábamos) de nuestro Delegado de clase, Pablo Díaz, aquejado de «flemonitis». JAI ofreció también otro brindis por el futuro.
Veinte años después, salimos todos en la foto menos Mario Muelas, que se fue a vender una moto y luego volvió a tomar otra copa. Carlos Rodríguez no se pudo contener y escribió un mensaje subversivo en la pizarra de 2º de Bachillerato: No os queda nada. Pablo Sagarra enloqueció cuando nos sentamos en los pupitres de nuestro antiguo COU y empezó a tirar libros y revolver casilleros como si veinte años después no hubiera pasado nada y siguiera siendo Tajudo o Polilla y no el honrado padre de cuatro hijos (uno aún en el seno materno) que ya es (quizá se pueda decir que los budas nunca mueren). Por cierto, JAI no se volvió a enterar de nada de eso, como tampoco del ataque a los casilleros de profesores que hubo después de la última copa…y es que hay cosas que no han cambiado nada veinte años después.
Veinte años después sucedió el milagro, y ante la presión mediática Raúl Rodríguez se hizo socio, Juan Luis Rico no pegó a Pons (o al menos no le vimos hacerlo), aunque sí recordó la pared en la que jugábamos a BOMBA y lanzó unos tiros a canasta; el rey del aro fue Kiko Domínguez que rememoró su estilo baloncestístico haciendo ganchos semiparabólicos de adolescente en crisis que siempre le entraban. También probaron tiro Paco Liaño, Raúl Rodríguez y bastantes de los asistentes, mientras contemplábamos lo bien que ha quedado el polideportivo que nunca llegamos a imaginar para nuestro colegio, aunque puestos a escoger, creo que todos preferimos aquellos tiempos de origen, con nuestras escapadas al río y a los dos pinos, con el derribo de la caseta y el descontrol de los incendios controlados.
Veinte años después Chema Ballesteros ya no alardea de su tupé, aunque sí de sus niños; igual que Carlos de Antonio o el que suscribe no estamos para grandes peinados. También en cuestión de cabelleras Carlos de Miguel despertó una exclamación: ¿pero no tenías rizos?, y Juan Unceta sigue sin patillas, imperturbable al paso del tiempo, aunque un hijo suyo, ahora ocupa casi el mismo pupitre que él y comparte algunos profesores, a los que ya ha preguntado sediciosamente ¿cómo era mi padre?
No hubo guerra de tizas, ni piñazos entre la maleza, sí hubo risas al ver la Orla de la plaza de toros, pero entre los grandes recuerdos pasaron las horas, para la mayoría más de ocho, y descubrimos que nos ha faltado tiempo para contarnos nuestras vidas, que deberíamos vernos con más frecuencia…y desde luego, no veinte años después.