Editorial Nº 24. Junio / 2015
En Peñalba, antes del cerco urbanístico, los alumnos podían andarse por las ramas de pinos y almendros. Si padecías vértigo: charcas, pozos y barrizales. El paraíso infantil.
Pero si algo nos inculcaron fue no andarnos por las ramas. Los principios y valores se especificaban en virtudes conquistables con acciones concretas.
El amor, base de la educación, fácilmente puede adulterarse como universal solidaridad, tan general que a nada compromete. En Peñalba ese riesgo se conjuraba poniendo a la caridad nombre y apellidos.
El compañerismo no era un eslogan para abrazarse tras un gol, sino el detalle con el de al lado. Sin olvidar al prójimo de las antípodas, se nos animaba a un trato exquisito con padres, hermanos y amigos, materializado en actos de servicio. Guerra contra el propio egoísmo, a veces con heridas y pocas medallas.
La Asociación de Antiguos ayuda a los cercanos, pero la caridad con ellos no está reñida –hoy en especial– con la preocupación por el espasmo de dolor que sacude al mundo. Las caras del sufrimiento son múltiples. Queremos recordar una particularmente transida de dramatismo: los cristianos perseguidos. Para muchos ser cristiano significa sufrir violencia y muerte. Es difícil ensombrecer más un cuadro tenebroso. Abruma la magnitud de la tribulación. Merecen nuestra ayuda –Ayuda a la Iglesia Necesitada, fundación de la Santa
Sede, es el cauce perfecto–, incluida la oración.
“Nun” es la primera letra, en árabe, de “nazarenos”; ha sido utilizada en Irak para marcar casas de cristianos…