Auténticos

Editorial Nº 33. Diciembre / 2019

«Sé tú mismo, el resto de los papeles ya están cogidos». Seguro que cuando el británico Oscar Wilde, autor de El fantasma de Canterville, pensó esta frase no previó la sobreexplotación de la autenticidad. “Sé tú mismo”: compra tal desodorante. “Vive tu vida”: otro móvil. “Tú decides”: más playeras.

La autenticidad se vincula a lo cierto y verdadero. Lo contrario es lo falso. Por eso se dice “un velázquez auténtico”, y por eso nadie quiere billetes falsos.

Autenticidad es coherencia. Un hombre auténtico es consecuente consigo mismo y se muestra tal cual es, sin dobleces.

Autenticidad no tiene por qué ser inmovilismo. La sinceridad implica reconocer equivocaciones; y puede suponer la decisión de cambiar. Para eso hay que conocerse. «Conócete a ti mismo» grabaron en el templo de Delfos. Es un difícil primer paso. El espejito mágico oculta lo feo.
Asumir lo que somos. Por dormir con peluca no dejamos de ser calvos. Los zancos no nos hacen pívots. Asumir no sólo lo malo, sino también lo bueno. Reconocer nuestras cualidades, agradeciéndolas y poniéndolas al servicio de los demás. Reconocer nuestros errores y defectos, sin desanimarnos, luchando contra ellos.

Ariete, Ballesta, España, Histórica, Leyenda, Máxima, Zénit, Castilla, Everest, Hércules, Invictus… Los nombres de nuestras promociones manifiestan el orgullo de la propia identidad. Y la vocación de mejora, de ir más allá de lo mediocre. Buscando la verdad y el bien.

Lo sobrenatural hace al hombre más auténtico, porque la gracia perfecciona la naturaleza. El evangélico negarse a uno mismo no resta, sino suma.

Todo un programa, que resume el gran Agustín: «Conócete, acéptate, supérate». Nunca es tarde para volver a levantarnos.

En el cuento, el genuino fantasma de Canterville acaba redimido. Oscar Wilde, después de una vida en la que no faltaron las transgresiones morales, en el otoño de 1900, en París, en el lecho de muerte, se convirtió finalmente al catolicismo.

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