Inteligencia Artificial

El tema de moda. El moderno El Dorado. El no va más tecnológico. El futuro en un clic. Una revolución formidable. El fuego, la rueda, la escritura, los motores, la electricidad, la penicilina… Descubrimientos pequeños, ante la Inteligencia Artificial.
Computadores que piensan mejor que los hombres. Posibilidades inmensas: en la medicina, la industria, el trabajo, en lo cotidiano… El transhumanismo dobla la apuesta: alcanzaríamos la inmortalidad. ¿Quién da más?

Pero hay riesgos: ¿Se extinguirán ciertas profesiones? ¿Nos controlarán a todos? ¿Habrá armas más letales? ¿Podrá suplantarnos un robot? ¿Desaparecerá la creatividad? Y el gran peligro: una inteligencia artificial retroalimentada, de infinito poder, desligada del gobierno humano…

Hablan del Basilisco de Roko: una Superinteligencia supuestamente benévola, que al que no colaboró para que existiera, lo eliminaría; de modo que, aunque aún no sea realidad, hay que ayudar a que lo sea, pues, si no, cuando exista, se vengará de los que se opusieron a su existencia…

Se reclaman leyes sobre la Inteligencia Artificial y reflexión sobre las cuestiones morales que plantea.

Mas cualesquiera que sean sus avatares, la Inteligencia Artificial no va a redimir al hombre. Porque nunca se descubrirá el corazón artificial… Bueno… eso está inventado… Nos referimos al otro corazón, al centro escondido, inaprensible e insondable de nuestro ser: “el lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la vida y la muerte” (CCE 2563).

Ni un billón de algoritmos podrían decir: “te quiero”.

El corazón del hombre no se fabrica. El alma es inimitable. No hay artefacto capaz de replicar el amor personal, hecho de don, entrega y aceptación del otro. La libertad es irreductible: ningún programa puede suplir la decisión del héroe o del mártir.

Podría haber un solo cortacésped en el mundo y seguiría siendo un cortacésped. O una sola grapadora, o un solo ordenador. Pero un hombre solo no sería un hombre. Porque “no cabe amar personal sin coexistencia”, y “si pudiese existir una única persona, esta no amaría” (J.F. Sellés, Antropología de la intimidad).

Acabarán poniendo a los niños un chip en la cabeza con una enciclopedia. Pero serán necesarios colegios como Peñalba, donde se enseñe a amar. Porque dime cómo amas, y te diré quién eres. La virtud —“el orden del amor” agustiniano— es la asignatura más difícil, y no se aprende con máquinas…

Y aquí acaba este editorial… quién sabe si escrito con Inteligencia Artificial.

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