Así que pasen quince años. Promoción «Premilenio» (1999)

dscn5023Era un sábado de mediodía plomizo, aun dormitante. Cuando nosotros todavía asistíamos a clase no existía el cerco agobiante de los chalets que circundan al colegio y se podía respirar el aire puro y no veíamos más que un horizonte llano a lo lejos que nos hacía sentirnos verdaderamente insertos en la meseta castellana. Ahora podríamos estar en cualquier parte.

Lo primero que hago al llegar ese sábado a Peñalba es ir a la capilla, donde reconozco algunos nombres a pesar de que veo poco más que sus coronillas. Han pasado quince años pero no sé si eso es mucho o poco tiempo. Cuando estábamos en COU, quince años podía ser un mundo, el vértigo de casi toda una vida. Ahora, que todos doblamos ese tiempo con algún año más de propina, quizá ya no sea tanto.

dscn5026El tiempo. Ya dijo una vez Azorín  que vivir es ver volver. En el aperitivo suceden los primeros encuentros, los primeros abrazos. Los quince años que pueden ser mucho o no ser nada se notan sobre todo en Rodrigo Vázquez de Prada, Roco, a quien tardo unos segundos en reconocer porque se ha quitado la melena y las gafas. Tuve que esperar a oírle reír y hablar con su verbo borboteante y sus maneras de simpático desaliño para desenmascararle. Pelayo aparece hecho un pincel,  tieso pero no tenso, marcando el paso con su mansedumbre cordial. Chema Alfageme, que se ha consumido como un fideo apaisado del que sobresalen unas gafas ochenteras, ahora dedica su tiempo a enderezar y sanar cuerpos maltrechos. Luis Miguel Martín Peña, más serio y reconcentrado tres lustros después. Mario Benavente, intacto quince años después, ajeno a los desmanes del paso de los años, salvo por el detalle de un lustroso anillo de casado. Ramón Sampietro soporta durante todo el día con una sonrisa estoica el trueno atravesado del dolor lumbar.  Evelio y su desternillante color con que se expresa y mira la vida. Eduardo Fernández de la Mela ha cambiado por un fusil todas esas sillas, mesas -o lo que hiciera falta- que sabía levantar como nadie en volandas.  El clan de Medina, los anfitriones del encuentro, esas dos torres que son Dani Torío y Carlos González Añó, y su escudero Demetrio Velasco, cabalgando todos ellos a lomos de un sarcasmo suave, que ya era marca de la casa cuando todos vestíamos de azul…

dscn5030Ya en la comida, se establece enseguida en la mesa un fondo norte y un fondo sur. Yo estoy sentado frente a Mario Villa, que tiene cara de delegado desde que nació, aunque ahora tenga el pelo un poco más largo. Si durante muchísimos años fue nuestro sempiterno delegado de curso ahora lo es de dos niños, y se le nota en su manera de hablar de ellos, como si ya fuera un padre de altura que ha hecho una carrera de fondo. Mario es de esas personas que siempre serán en la vida delegadas de algo, de lo que sea. A su lado, Javier Echevarría, otra de las personas mejor respetadas por el tiempo, aunque con una barba que yo pensé que nunca le saldría. Javi sigue siendo una máquina de pensamiento y lenguaje, de ideas que somatiza, procesa, ordena y convierte en palabras a la velocidad de la luz, lo que resulta sumamente atractivo cuando se plantea cualquier discusión, y por un momento, cuando lo veo debatir un instante con Mario Villa, regreso de nuevo al pasado de las sudaderas, los jerseys de pico y los casilleros blancos y me doy cuenta de que ninguno de los dos ha cambiado apenas, aunque los dos hijos que tienen cada uno les hayan hecho aun más curtidos de lo que ya eran.

dscn5075Y así, navegando entre las conversaciones de estos dos capitanes del equipo, con algún que otro capote de la mano de la ironía blanca de don Iñaqui y del primer plano discreto que con tanta dignidad siempre sabe ocupar nuestro entrañable don José Antonio de Íscar fue transcurriendo la comida, con el rumor de risotadas del fondo sur y más al fondo, la presencia transparente de don Javier Sumillera.  Dentro de otros cinco años, si Dios quiere, más y mejor.

GONZALO ÁLVAREZ PERELÉTEGUI

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